viernes, 29 de agosto de 2008

MONTE MCKINLEY " LA MONTAÑA MAS ALTA DE NORTEAMERICA"






Ya estamos de vuelta en casa con una cumbre más de este bonito proyecto. El MC Kinley o Denali es la montaña más alta de Norteamérica y está ubicada en Alaska dentro de territorio Estadounidense. Este aspecto es muy significativo a la hora de entender un poco el desarrollo de la expedición.
A diferencia de otras muchas montañas del mundo, exige hacer la aproximación de forma autónoma, recorriendo todo el glaciar que da acceso a ella. Así lo tienen montado los Rangers estadounidenses, supuestamente por razones medioambientales y de conservación del Parque Nacional que lleva el mismo nombre. Este hecho hace que esta montaña sea bastante especial. Una avioneta te deposita en medio del glaciar a 30 o 40 kilómetros de distancia, y durante tu estancia allí arrastras todo aquello que vas a necesitar (unos 60 kg, por persona), en una pulka o trineo. Uno arrastra no solo sus cosas de necesidad, también un inodoro portátil donde es obligatorio que hagas tus necesidades. Sinceramente opino, que esto está montado así porque es más exótico, puesto que en otras muchas montañas la aproximación al campo base se hace en helicóptero por ejemplo. Sea como fuere, el desarrollo de la expedición es así mucho más interesante, atractivo y auténtico.
En definitiva, necesitamos cuatro duras jornadas para instalarnos en el C4 o Campo Base. Esos días han sido los más duros para mí. Con tanto peso mi rendimiento se ve mermado bastante. A partir de ahí y ya con suficiente altura es donde mejor me encuentro.
La avioneta nos dejó en el glaciar el día 26 e inmediatamente comenzamos a caminar. El inicio fue bastante penoso, y lento, nos costó un buen rato adaptarnos a ir encordados tirando de un trineo cargado hasta los ojos. En cuatro o cinco horas nos pusimos en el Campo 1, y resultó un gran alivio puesto que a partir de allí el glaciar comenzaba a ganar pendiente. El día fue muy bueno y soleado, aunque cambiaría radicalmente a partir de ese momento.
La siguiente jornada estaba previsto instalarnos en el campo 2, pero con el mal tiempo y el hecho de ser final de temporada y no haber apenas expediciones, nos hizo saltarnos este campo, sin darnos cuenta, e instalarnos en el campo 3 tras una durísima jornada de ocho horas. Nos os podéis imaginar la gratificante sensación de soltarse del trineo y de repente volar.
El tercer día se preveía bastante intenso, solo ver delante de nuestras narices la empinadísima pala por la que transcurría la ruta… quitaban las ganas de engancharse a nuestro inseparable amigo trineo. Juanjo se encontraba cansado y decidió quedarse. El resto hicimos un porteo al siguiente campo. Juanchi y Tito no llegaron e hicieron un depósito a un par de horas del campamento. Por mi parte, si llegué al siguiente campo, con la gratificante sorpresa de enterarme que aquel no era el campo 3 sino el 4 o campo base. Cuando a la vuelta se lo comenté al resto del grupo fue estupendo saber que al día siguiente instalaríamos el campo base y no que creíamos que nos faltaban 2 ó 3 días. Como veis nos habíamos estudiado perfectamente la ruta.
En el cuarto día hicimos el segundo porteo para montar definitivamente el campo base, que en adelante sería nuestra casa.
A la mañana del quinto día el tiempo amaneció regular y yo decidí probar suerte e intentar salir para la cumbre desde el Campo Base. La verdad es que no estaba muy convencido, pero me llevé lo necesario por si me salía uno de esos días en los que te sientes como una moto (a mí suele pasarme esto los primeros días de altura). De todas formas aproveché para coger parte de la tienda que montaríamos en el campo 5 y algo de comida. El día fue empeorando, en poco más de cuatro horas estaba en el campo 5, donde charlé un rato con dos vascos, a los que tras ver que el tiempo se ponía feo aproveche para dejarles mi depósito (varillas y piquetas de la tienda, mono de plumas, algo de comida y la cámara de video). El día no estaba como para continuar solo y preferí darme la vuelta. En poco más de una hora ya descansaba con mis compañeros contándoles cómo era la ruta hasta el campo 5.
Con algunas dudas entre nosotros al día siguiente decidimos subir todos con todo lo necesario para dejar bien montado el campo 5. A mitad de camino Juanchi no tenía buenas sensaciones y prefirió cobijarse bajo una gran roca a esperar a Juanjo y Tito que tras el porteo bajarían a descansar. Yo cogí su carga y continuamos, aunque al poco Juanjo y Tito se dieron la vuelta para bajar con Juanchi. Por mi parte quería continuar con mi intención de dormir en el campo 5 y al día siguiente tirar para la cumbre, aunque esta decisión supusiese coger la carga de los cuatro y continuar solo. Lo que el día anterior me había supuesto poco más de 30 minutos, con más de 20 kilos a la espalda, ese día me supuso más de 2 horas y otro tanto hasta que fui capad de montar el campo 5. El tiempo no era nada bueno, pero en el campo 5 había otras dos expediciones que lo intentarían también al día siguiente. Menos mal que estaban allí porque fui incapaz de hacer funcionar el maldito hornillo de gasolina y me tuvieron que echar una manita.
Amanecí a las 8 de la mañana y a las nueve ya estaba listo. Inocente de mí y como si esta fuese mi primera expedición, comprobé que nadie arrancaba y todos estaban como a la expectativa. Después de esperar un rato, mi impaciencia me hizo arrancar el primero y abrir la penosa y arriesgada huella de la travesía que lleva al Denali Pass. Por supuesto que detrás de mí, inmediatamente arrancaron todos. A mi llegada la Denali Pass el tiempo es penoso y decido esperar a un grupo de tres que vienen por detrás para no ir solo. Estos tres eran rangers que iban para cumbre antes de terminar la temporada. Yo me uno a ellos, pero al cabo de hora y media y ante el empeoramiento del tiempo, me comunican que se van a dar la vuelta. Por mi parte, analizando la situación y ante el conocimiento que ellos tienen de la montaña, no me parece oportuno seguir solo y decido darme la vuelta tras ellos. Me preocupa sobre todo la bajada en la travesía del Denali Pass, solo, sin cuerda para asegurarme y abriendo huella se me antoja una tarea demasiado complicada para arriesgarme inútilmente. Al menos con ellos me evitaré tener que abrir otra vez la huella y me sentiré mas seguro.
Tras un nuevo intento fallido y ya en la tienda me preparo un nuevo planteamiento para el día siguiente. En primer lugar, saldré el último y bastante tarde, pues ya conozco gran parte de la ruta y prefiero ir solo y rápido. Mi sorpresa es que a media tarde aparecen mis compañeros bajo la tormenta, bastante exhaustos y castigados pero con intención de ir a cumbre conmigo al día siguiente. Tenemos un problema, a duras penas cabemos los cuatro en la tienda, si no es sentados, y la noche se antoja bastante dura, como así fue a la postre.
Tras una noche de perros, sin pegar ojo, y con tormenta, abrimos la tienda a las once de la mañana y a las doce nos pusimos en camino. A la altura del Denali Pass vemos un grupo de 7 personas que han salido a las 9 de la mañana. El día no está despejado pero aun así yo tengo claro que ese puede ser el día. Nos encordamos para ir más rápido y evitar riesgos en toda la travesía hasta el Denali Pass (collado en el que se cambia de vertiente). Llevamos buen ritmo pero el tiempo comienza a empeorar. En apenas dos horas llegamos al collado pero está completamente cubierto, niebla espesa y fuerte ventisca que levanta toda la nieve caída. En este punto mis compañeros deciden darse la vuelta, en primera instancia intento convencerles por si es un pequeño bajón, aunque al verles firmes no insisto, en estas montañas cada uno tiente que tener muy clara su decisión pues los errores se pueden pagar caros. Me desencuerdo, nos despedimos y prosigo solo sabiendo que por delante va una expedición guiada. Esto me da más confianza para continuar solo. Avanzo rápido con intención de coger a ese grupo antes de la cumbre, esto se produce a la altura del campo de futbol (amplio plató debajo de la cornisa que conduce a la cima). Desde arriba compruebo que el ritmo que llevan es lentísimo, parecen una procesión de semana santa, por mi parte voy a esperar un rato ya que tengo intención de que en esta ocasión alguien me pueda hacer las fotos de cumbre. Me siento en la mochila, como y bebo que no lo había hecho hasta ese momento y contemplo entre los claros de niebla como van avanzando. Me propongo continuar cuando estén a mitad de la travesía que sale a la cornisa cimera. Les doy caza justo al inicio de la cornisa de nieve y me coloco justo detrás puesto que en esta cornisa es complicado adelantar y bastante peligroso. La cumbre está ya a escasos metros pero el grupo avanza demasiado despacio, con constantes paradas. En una de estas uno de los guías me dice que pase y adelanto a su primera cordada de tres personas, dos clientes y un guía. Tras un buen rato consigo adelantar a otro guía y su cliente y por delante ya solo me quedan dos pero la cumbre ya está ante mis ojos con lo cual ya decido llegar tras ellos. Primero pisa la cumbre el guía que espera al cliente recogiendo cuerda los 10 últimos metros, cuando están a punto de abrazarse ya sobre la misma cumbre el cliente se desploma y el guía a duras penas consigue sujetarlo con la cuerda, aunque se golpea con el piolet y se hace un corte en la mejilla. Inmediatamente su guía, el guía que va justo detrás de mí y yo, nos aproximamos y durante una hora, inútilmente, intentamos reanimarle. Del resto prefiero ni acordarme.
Bajé todo lo rápido que pude, en apenas dos horas y media estaba en el campo 5 con la firme intención de bajar al campo base. Para mi sorpresa en el campo 5 me esperaba Juanjo así que dormimos allí. A la mañana amanece un día claro aunque con bastante viento, comento a Juanjo la posibilidad de acompañarle a cumbre o más bien hasta donde pueda, pero parece que ha tirado la toalla definitivamente. Descendemos al campo base con intención de recoger e irnos para casa.
En el Campo Base hice mis esfuerzos para hacer cambiar de idea a mis compañeros, aun nos quedaban 8 días de permiso y previsión de mejoría del tiempo. Todo fue infructuoso, hasta la propuesta de acompañar a cumbre a quien cambiara de opinión. Recogimos todo y nos dispusimos a bajar lo más rápido posible para intentar volar antes a casa. Lo que no sabíamos que nos quedaba probablemente lo más duro. Pretendíamos desandar los 30 km de aproximación al punto de recogida del glaciar en el día, pero salimos excesivamente tarde, a las 12 del mediodía. Durante las dos primeras horas a penas avanzamos, los trineos vuelcan a cada instante y finalmente decidimos cargar todo lo posible a la chepa llevando los trineos prácticamente vacíos para evitar que vuelquen. Enseguida cogimos ritmo, pero a medida que perdíamos altura la nieve estaba más blanda y comenzó el calvario de las grietas. Los dos primeros de la cordada (Juanjo y Tito), se colaban a cada instante y el ritmo y cansancio se hacían cada vez más penoso, tal fue así, que a escasos metros del puesto de los rangers y cerca del punto de recogida acordado, tuvimos que detenernos y montar las tiendas en medio del colador del glaciar sembrado de grietas.
Al día siguiente, en un par de horas finalizábamos, en teoría, nuestra estancia en la montaña. No sabíamos que nos aguardaban cuatro días de tensa espera a la avioneta, ya sin comida y viendo como de allí desaparecían todos menos nosotros, nos llevó a un estado de desesperación que casi acaba en las manos una vez en Talketna. Si alguna vez vais por Alaska, no se os ocurra contratar una avioneta a Hutson Air, no responderá ante la mínima incidencia. Lo que iba a ser un feliz regreso de ocho días antes, se convirtió en una complicada vuelta a casa.



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